El otro día emitieron un reportaje en las noticias en el que contaban algo sobre la utilización de dispositivos fotográficos para ayudar a las personas con Alzheimer. Se centraba en una investigación científica que se estaba llevando a cabo y que venía a concluir que el hecho de repasar cada día la actividad cotidiana, con la ayuda de fotografías tomadas automáticamente, facilitaba que los recuerdos quedaran fijados y no se olvidaran a las 24 horas, como les sucede a las personas que padecen de esta enfermedad.
La cámara que se veían en el reportaje parecía la ViconRevue desarrollada originalmente bajo el nombre de SenseCam por Microsoft; no es precisamente nueva y de hecho existen ya modelos mejorados respecto al original, un poco más baratos y con mayor calidad y capacidad que las primeras versiones. Con 8 GB puede almacenar unos 8 días completos de fotos (unas 20.000 imágenes a 3 Mpx, con un gran angular) y emplea diferentes sistemas inteligentes para tomar las fotos, en función de la luz, movimientos, etc.
Lo implacable de la Ley de Moore hará que en unos pocos años estos dispositivos sean cada vez más capaces y baratos; de hecho la ViconRevue es ya cara para los estándares actuales. No sería raro que viéramos modelos similares por menos de 100 euros y con capacidad de archivar un mes o más de fotografías en unos pocos años; lo mismo podría suceder con las imágenes en vídeo – por no hablar de que sería fácil subirlas a la red directamente. Si a eso se le añaden los avances en miniaturización y duración de la batería, en poco tiempo podríamos prácticamente convertirnos en cámaras de seguridad andantes, grabando todo aquello a lo que tenemos acceso. Aparte de esto, existen ya herramientas como las que utiliza Stephen Wolfram para digitalizar y analizar su vida segundo a segundo, con interesantes implicaciones prácticas.
Estoy convencido de que ese momento llegará algún día para todos nosotros, con todo lo que ello implica. Si dejamos volar un poco la imaginación y recurrimos a la ciencia-ficción, el escenario podría ser muy parecido al de la estupenda película The Final Cut (2004) con Robin Williams (en español: La memoria de los muertos). En ella los protagonistas llevan una especie de implantes llamados Zoe que básicamente graba todas sus vidas. El propósito en ese caso es un poco diferente: servir como registro multimedia completo de la vida de la persona, para realizar un artístico montaje para deleite de familiares durante el funeral. (Como suele suceder, esos avanzados implantes no están al alcance de todo el mundo, inicialmente sólo se los pueden permitir los ricos y son codiciados por casi todos los demás.)
Parte de la trama de la película ahonda en algunos de los problemas de estos dispositivos y sus dilemas éticos – definitivamente un tema apasionante. Pero volviendo a nuestro mundo real, a las cámaras de baja resolución que se pueden llevar colgadas del cuello y graban lo que sucede a lo largo del día, ya mismo podemos ser conscientes de algunos de los problemas y situaciones peculiares que estos inventos suponen. Como siempre, planteando más preguntas que respuestas:
¿Puede alguien grabar todo lo que ve sin permiso de las personas que van a ser fotografiadas? Parece claro que yendo por la calle así habría de ser aunque pueda haber excepciones la normativa varía mucho de un país a otro. ¿Se debería avisar a otras personas de que se están tomando fotografías suyas en un ambiente particular? (por ejemplo, en una casa) ¿Y si se usa vídeo, o se graba todo el audio del entorno, incluyendo las conversaciones telefónicas? Finalmente, y puestos a elucubrar, ¿podría alguien pedir «ser borrado» de esos archivos fotográficos si descubre que existen? ¿Servirían esas grabaciones como pruebas en un juicio si las personas que aparecen no han dado su consentimiento expreso para ser grabadas? ¿Puede existir siquiera el concepto de privacidad en un mundo así?
Como suele suceder, es el tradicional impulso de la tecnología el que abre más cuestiones de las que soluciona. Pero eso no quiere decir que con un poco de sentido común no puedan resolverse todos esos dilemas y detalles. Lo que indica la situación, desde otro punto de vista, es que cada vez más todo lo que hacemos va a ser menos privado y más público, y que quienes pretendan conservar su privacidad a toda costa lo van a tener cada vez más complicado.
No obstante, esto puede que no sea un problema: debido a la paradoja de la privacidad a la que nos ha acostumbrado la tecnología, puede que precisamente lo preferido por la gente sea más visibilidad y transparencia, aun a costa de la privacidad. Quizá ser grabados en todas partes y que lo que hacemos sea cada vez más público, más «buscable» y más permanente sea una ventaja: podemos querer repasar conversaciones, recordar lo que hicimos ciertos días o realizar un montaje artístico-cinematográfico con los mejores momentos de nuestras vidas. Quién sabe. De momento, a las personas con Alzheimer parece que les está ayudando a recuperar esos días de su vida, que sin rememorar serían borrados automáticamente por su cerebro, lo cual ya es todo un avance para ellos.
Actualización: Tal y como unos cuantos lectores nos han recordado (¡gracias a todos!) también en The Entire History of You, el tercer episodio de Black Mirror se plantean estos mismos dilemas. Altamente recomendable esa miniserie, dicho sea de paso.
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